Para la decoración, Schröder ha confiado en el buen gusto y la originalidad de Yolanda Vilalta y Helena Jaumá que a partir de los restos de dos viejas mesas que encontraron en el local, han sido capaces de crear una atmósfera que atrapa por su creatividad y su belleza, respetando la estructura original de un espacio histórico.

Encendido por el sol que lo inunda desde la amplia cristalera con vistas al edificio modernista de hierro que dio cobijo al Mercado del Born; o en la cálida penumbra que lo envuelve en las horas nocturnas, el Café Kafka seduce, como una fulgente y joven estrella, a la gente más cool de esta ciudad abierta y mediterránea, vanguardista, bohemia y cultural que es la Barcelona del siglo XXI.

Con materiales cálidos, muchos de ellos reciclados –como la lámpara Sputnik de los años 50, con multicolores portalámparas, que flota sobre la sala– han recreado un cálido ambiente, a medio camino entre un hogar excéntrico, un café literario y un bistró de Saint Germain.

En las paredes, los anaqueles ofrecen libros clásicos entre boisseries y molduras sobre las que titilan originales puntos de luz y dispares espejos. El suave terciopelo es el tejido de los asientos: sofás en rojo oscuro recorren el perímetro del comedor y se enfrentan a sillas vintage tapizadas en ocre y verde antiguo con estudiado desorden. Las mesas, cuadradas y pequeñas, tienen superficie de cristal pintado y cantos de latón claveteado y se apoyan en simples patas de hierro, réplica y homenaje a las que permanecían en el local y sirvieron de partida para la decoración. Están pensadas para jugar a los puzzles, siempre en perpetuo movimiento para dar asiento a parejas solitarias, amigos íntimos o familias reunidas y que se sientan como en casa.

La barra llama la atención por su divertido despliegue de lámparas. Bombillas de carbono y globos multicolores de opalina dejan bailar sus gotas de luz ante una pared de espejo, surtida con la mejor licorería que existe para el copeo. No falta la tradicional carta de sugerencias del día escrita a mano sobre el cristal, ni el sinuoso y suave perfil de madera que llama a acodarse en ella, bien instalado sobre los preciosos taburetes de ratán multicolor fabricados en Francia sobre diseños de las decoradoras, con generosos respaldos y altura perfecta. La base de la barra, que recorre de punta a punta el local, está decorada con piezas que recrean los embellecedores de las chimeneas americanas, fabricadas a partir de dos placas de hierro antiguas encontradas en un derribo.

Los baños son un divertimento kitsch que el equipo de decoración ha creado con humor y atrevimiento.

En el exterior, un despliegue de espejos antiguos y desparejados, alternan con flores doradas, recortadas de empapelados vintage que acentúan la mezcla de estilos y contribuyen al ambiente sorprendente de la pieza, que se remata por un enorme cuadro que encajaría en un boudoir.

Algunos elementos reciclados, como una enorme montura de gafas, luminoso que un día presidió la fachada de una óptica, o el perchero de una escuela, rinden homenaje a uno de los más grandes escritores europeos, Franz Kafka, que además de buena literatura nos dejó un mundo –el kafkiano– particular.